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Tarjeta roja directa

14 junio, 2014

Hoy, en el granadino Auditorio Manuel de Falla, a las 20,30 la OCG, ofrecerá un concierto benéfico a favor de la campaña de la OIT por la erradicación de la explotación laboral de menores de edad. Acompañaremos en esta ocasión a una fantástica Pilar Jurado. Tenemos preparadas las tarjetas rojas que, simbólicamente, esgrimiremos a esta deplorable práctica.

tarjeta roja

Al hecho que cientos, quizás miles de niños trabajan 18 (o mas) horas al día en una fábrica, privados de atención médica, de eduación, del tiempo para jugar, para divertirse con sus amigos, de pasear con sus padres, o de, simplemente, dormir un fin de semana hasta las tantas.

A estos hechos siempre voy a sacar una tarjeta roja. Las veces que haga falta.

Pero también quiero reflexionar un poco mirando las cosas desde otra perspectiva, desde el angulo contrario: las multinacionales que emplean a los niños (que, evidentemente no son las Hermanas de Madre Teresa de Calcuta, Caritas tampoco; cuidan primordialmente sus beneficios, su rentabilidad, su competitividad), sin embargo, ofrecen una paga. Mísera, eso si, pero de esa miseria viven sus empleados menores de edad; en muchos casos, además, sus familias enteras. Y sobre todo, los ofrecen (sin que eso sea su finalidad, insisto) una alternativa a que sean capturados por las redes de prostitución o del crimen organizado.

Lo que me hace pensar que el verdadero problema a esta lacra es mucho mas profundo y mas amplio: un sistema incapaz de ofrecer una mínima escolarización y una mínima asistencia sanitaria en muchos, demasiados rincones del planeta. Un sistema que no favorece a que el núcleo familiar sea la protección, el cobijo, el calor, la alegría. Todo lo contrario, lo mina, lo torpedea. Un sistema despiadado, falto de humanidad y de empatía. Irónicamente, las multinacionales que se instalan en los países donde tienen garantizada la mano de obra baratísima (y consiguientes beneficios multimillonarias), suplen parcialmente, y de manera muy escasa, las necesidades de los niños que trabajan para ellos y de sus familias. No nos engañemos, es una asistencia residual, “de rebote”, una labor social a causa de impotencia e ineficacia de estos países a la hora de afrontar sus propios dramas humanos y sociales.

Un sistema pervertido donde con todo se especula, donde todo es negocio. Un sistema que, de facto, ha institucionalizado la injusticia y la desigualdad.

Un sistema que me parece ya tan enfermo que me pregunto si sacarle tarjeta roja directa o comprarle una caja de pastillas rojas.

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